Es una cuestión importante, que afecta directamente además al Estado de Derecho. Se ha producido un deslizamiento moral y consecuentemente jurídico hacia la flexibilidad en estos temas, del conflicto de intereses o del rigor en la aplicación de las normas, en aras de otros principios como la competencia, el crecimiento, la adaptación a la realidad concreta. Quizá no sea ello malo, pero el exceso produce monstruos. Y lo tremendo es que cuando vemos el documental o conocemos realidades como las que señala Manu Oquendo o el ejecutivo de la Banca suiza, conocedores de la materia, te entra cierta desmoralización acompañada de rabia quizá difícilmente canalizable, y desde luego una enorme desconfianza. Yo no he confiado nunca demasiado en el mundo financiero, como en ningún otro, pues nadie da duros a cuatro pesetas: si alguien me ofrece un producto financiero para forrarme desde una oficina repleta de mármoles, oros y alfombras, lo primero que voy a pensar es que todo eso lo he pagado yo o alguien como yo, y que si el asesor pertenece a un banco, el fondo que me quiere colocar va a ser el fondo que le interese al banco y no el que me interese a mí. También hay agencias más o menos independientes y cuando les preguntas que cómo se financian, dicen que es con comisiones del fondo, luego tampoco hay una independiencia total. Pero ahora todo eso es manifiesto y a un nivel estratosférico, lo cual, hay que reconocer, desanima un tanto.
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